Por Cristóbal León Campos.
La historia la escriben los vencedores, afirmación generalizada en el imaginario social, una verdad instituida desde las cúpulas más altas del poder, que a lo largo del devenir de las sociedades, ha encontrado eco en los diferentes sistemas políticos, pues es sabido, que cada gobierno manifiesta su ideología y su visión del mundo a través de sus intelectuales y sus aparatos ideológicos (prensa, radio, televisión, internet, etc.), la propaganda que cada gobernante hace de sí mismo, permea las historias coyunturales, en México esto es muy claro durante el siglo XX, los muchos años de autoritarismo que significó el dominio del PRI, le posibilitaron a las élites poderosas establecer versiones de los acontecimientos en diferentes periodos, en particular, sobre los hechos relacionados con la guerra sucia, los movimientos sociales, la violencia de Estado y utilidad de la historia.
Tlatelolco es por mucho, el ejemplo central de ésta aseveración, la manipulación que sobre los hechos se ha efectuado desde la noche misma de su acontecer, ha marcado a generaciones de mexicanos que crecieron a la par del manto oscurantista que acompaña su narración. Hasta la fecha, cincuenta y un años después, muchas cosas faltan por revelarse y aclarar. El 2 de octubre es una fecha trágica e indignante a la vez, es la consumación del autoritarismo de la época y la continuidad hasta nuestros días de la impunidad vigente en las estructuras institucionales, tal y como hasta ahora se va repitiendo con el caso de los cuarenta y tres estudiantes de Ayotzinapa, una verdad oculta pero que en suma es conocida y, una verdad construida desde el poder que se difunde o difundió por todos los medios posibles para nublar aún más, el esclarecimiento real de los sucesos. La utilidad de la historia para el poder en México ha servido como acompañante de la impunidad e injusticia que se legitima como repetición cíclica y cínica de una realidad evidenciada por las propias contradicciones de sus ejecutores.
La historia escrita por los vencedores es en suma, el ejercicio autoritario que se ha efectuado sobre nuestra memoria colectiva, inyectada desde los más básicos niveles educativos y celebrada desde las más altas esferas de la ignominia intelectual. Sin embargo, toda historia tiene dos partes o versiones, la historia de los oprimidos, de los vencidos, de los sin voz que con el tiempo sale a la luz y con un lento caminar va desarticulando la mentira oficial y la infamia que la impulsa. Los hechos históricos son uno, solo suceden una vez, por más que parecieran repetirse, y si bien, es absolutamente cierto, que la continuidad de la injusticia hace que la farsa y la tragedia de las que Carlos Marx hablara queden al descubierto, también lo es, en términos concretos, que los sucesos son específicos, aunque las causas continúen.
Tlatelolco es un ejemplo muy claro de todo lo anterior, durante años, décadas, se quiso ocultar lo evidente, negar lo real y silenciar las voces que contaban la verdad, esto, desde el poder conservador como incluso, desde algunos sectores de la izquierda. Sobre los sucesos particulares del 2 de octubre se tejió un discurso de criminalización sobre los masacrados, se distorsionó lo real con ficciones divulgadas por los medios masivos de comunicación, se destruyeron y ocultaron evidencias y se desprestigió a fuentes directas que revelaban y revelan los hechos, farsa y tragedia sentadas a la mesa de las misma cena entre opresores y oprimidos, las voces discordantes fueron cayadas, desaparecidas o desprestigiadas, pero sea como sea, existieron y existen, evidencias de lo real que hoy hacen concreta la posibilidad de comprender mejor la fatalidad del 2 de octubre al igual que la grandeza del movimiento de 1968 en general. Prueba de ello es la revista ¿Por qué?, que hasta la fecha para muchos integrantes de ambos bandos es una incómoda verdad.
La historia nuestra, la de los oprimidos, la de los llamados vencidos pero que acá seguimos resistiendo, tiene aún mucho por dar y revelar, los falsos discursos que han cubierto las efemérides u ocultado la verdad, caen por su propio peso con el tiempo, siempre los infames terminan devorados por su propia savia, la narración histórica aún enfrenta grandes resistencias, manipulaciones, distorsiones y agravios, véase el reciente ejemplo sufrido por el doctor Pedro Salmerón, condenado a la hoguera por la derecha neofascista de México, que no pudo ocultar su rostro ante los señalamientos valientes del doctor Salmerón, algo que nuevamente se repite en estos días, pues los neofascistas mexicanos envenenan páginas enteras de la prensa, las redes sociales y demás medios, para lanzar sus injurias contra el movimiento feminista, que quieran o no, avanza, crece y se fortalece para transformar, tal como lo hiciera la generación del 68, a nuestro país y al mundo. La historia se escribe al final con la tinta de la dignidad de los pueblos.
Cristóbal León Campos es integrante del Colectivo Disyuntivas