Asociación de Radialistas y Comunicadores Sociales Autónomos de Noticias Inclusivas. A. C.

NEOLIBERALISMO Y DEMOCRACIA

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email

Martín Carlos Ramales Osorio/APIM

Para los economistas neoliberales como Milton Friedman, Thomas Sargent, Robert Lucas, Arthur Laffer y otros de la misma ideología, el Estado no debe intervenir en la actividad económica. ¿Cuál es el fundamento del neoliberalismo, no obstante, para rechazar la intervención del Estado en la economía? Siguiendo la tradición y la línea de los neoclásicos, el fundamento teórico del neoliberalismo consiste en argumentar que la economía tiende, siempre y de “manera natural”, a un equilibrio general de pleno empleo. Equilibrio general entendido como el despeje automático y simultáneo de los mercados de trabajo, de productos y de dinero.

En un ambiente de competencia perfecta la economía, libre de la intervención del Estado, se sitúa en una posición de equilibrio de manera permanente. Y en el equilibrio tanto productores como consumidores maximizan sus funciones objetivo: los productores maximizan sus beneficios sujetos a una restricción técnica de producción, en tanto que los consumidores maximizan su utilidad o su satisfacción sujetos a un ingreso monetario limitado.

Desde esa perspectiva para Vilfredo Pareto, economista italiano representante de la escuela de Lausana, el equilibrio es óptimo en el sentido “de que no es posible mejorar el bienestar de ninguna persona sin empeorar el de alguna otra”. En el equilibrio, si se quiere mejorar el bienestar de los productores se puede hacer, pero al costo de empeorar el bienestar de los consumidores y viceversa. Luego entonces, en el equilibrio lo mejor es no hacer nada (lo cual no implica ausencia de política) ya que tanto productores como consumidores están en una situación óptima, “en el mejor de los mundos posibles a condición de que dejemos las cosas en libertad” (Keynes 1936: 40)

Pero en concreto, ¿qué es el neoliberalismo? Se designa con el término neoliberal a la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, cuyo principal exponente es el norteamericano Milton Friedman. Milton Friedman es seguidor y continuador de la línea trazada por los clásicos ingleses, es decir, por Adam Smith y David Ricardo que fueron los primeros en postular la libertad económica como condición necesaria y suficiente del progreso material de los pueblos. Luego entonces, los liberales propiamente dichos son Smith y Ricardo y los nuevos liberales Friedman y sus seguidores, entre los que destaca Agustín Carstens como defensor del dogma neoliberal en México.

Para Milton Friedman, al igual que para Adam Smith y David Ricardo, el progreso económico y social de los pueblos descansa en la libertad, descansa en la combinación de libertad económica y libertad política; es más, para Milton Friedman la libertad económica promueve la libertad política, es decir, la democracia:

“La libertad económica es un requisito esencial de la libertad política. Al permitir que las personas cooperen entre sí sin la coacción de un centro decisorio, la libertad económica reduce el área sobre la que se ejerce el poder político. Además, al descentralizar el poder económico, el sistema de mercado compensa cualquier concentración de poder político que pudiera producirse. La combinación de poder político y económico en las mismas manos es una fórmula segura para llegar a la tiranía” (Friedman1979: 17).

Pero las experiencias de Chile y de otros países del Cono Sur no confirman la aseveración de Friedman. La libertad económica no promueve necesariamente la libertad política, o la libertad política no es el resultado de la libertad económica. ¿Qué acaso Chile no estuvo gobernado por un tirano como Augusto Pinochet? ¿Qué acaso Argentina, Paraguay y Uruguay no estuvieron gobernados por militares? ¿Qué acaso no se suprimió en esos países la democracia en aras de la eficiencia económica a que conduce el libre mercado?

Luego entonces, la experiencia demuestra que el neoliberalismo requiere de una buena dosis de autoritarismo e inflexibilidad para tener viabilidad y un relativo éxito, como en el caso sobre todo de Chile donde se suprimieron las libertades políticas en aras de la libertad y la eficiencia económica a ultranza, esto es, se “estrechó la “mano militar” del autoritarismo y la represión, con la “mano invisible” del libre mercado” (Villarreal 1986: 17).

Asimismo, y una vez más y siguiendo la tradición en el sentido de que si en su momento el neoclasicismo  marginalista surgió como respuesta a la economía marxista, el neoliberalismo surge como respuesta al Estado keynesiano, es decir, el neoliberalismo “es el ataque más abierto y frontal al intervencionismo del Estado y a todas las conquistas sociales, larga y duramente alcanzadas por el Estado benefactor que surge de la revolución keynesiana, y del Estado planificador y promotor del desarrollo que surge de la rebelión estructuralista” (Villarreal 1986:16). Es decir, el neoliberalismo se contrapone al Estado administrador de la demanda efectiva (para procurar el pleno empleo) y al Estado benefactor (para garantizar una justa distribución del ingreso) que surge de la Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero de John Maynard Keynes. En este sentido, “F. A. Hayek, nacido en 1899 y perteneciente a la escuela de Viena, se convirtió en campeón de la apología del sistema liberal y en encarnizado enemigo intelectual de Keynes… Mientras que, según Hayek, desde el nacimiento de la ciencia económica todos los verdaderos economistas han actuado para construir una economía de mercado donde se reduce cada vez más el papel del Estado, Keynes aboga, por el contrario, por un control total de la sociedad civil por parte del Estado; no tiene confianza en los automatismos del mercado que armonizan tan bien los planes individuales de los agentes, los cuales acaban plenamente con las contradicciones y neutralizan los poderes privados para que sólo reinen las restricciones objetivas “ (Guillén 1984: 21).

De esa manera, el neoliberalismo “es el retorno a la vieja ortodoxia del liberalismo económico clásico que, anunciando eufórico su grito de guerra: ¡volvamos al mercado libre, muera el Estado Leviatán!, ha ido penetrando al Estado -con la vieja artimaña del caballo de Troya- para apuntalarse desde el centro de gravedad mismo de la sociedad. Ello implica que el Estado tiene que abdicar no solamente de sus facultades de intervención y regulación del mercado -teórica e históricamente sustento de la economía mixta-, sino que también ha de tirar por la borda el catálogo de derechos políticos y sociales que constituyen y fundamentan la libertad política de la democracia” (Villarreal 1986: 17).

Cabe señalar que el neoliberalismo está conformado por tres grandes vertientes que dan cuenta de su complejidad teórica y de sus fines ideológicos: El Monetarismo de Milton Friedman, la Nueva Macroeconomía Clásica de Lucas-Sargent y la Economía de la Oferta de Laffer-Wannisky. Hay diferencias teóricas importantes entre cada una de ellas, pero tienen una ideología en común: “Eliminar al Estado keynesiano (en los países desarrollados) y, adicionalmente, al Estado planificador y promotor del desarrollo económico (en los países subdesarrollados)”. ¿Y cuáles son las diferencias teóricas entre el Monetarismo, la Nueva Macroeconomía Clásica y la Economía de la Oferta? Someramente, son las siguientes:

1. En un contexto de competencia perfecta, de precios y salarios relativamente flexibles y de expectativas adaptativas, los monetaristas aceptan que en el corto plazo el banco central puede aumentar el nivel de demanda agregada y reducir el desempleo, por debajo de su tasa natural, al costo de una mayor inflación (curva de Phillips de pendiente negativa). No obstante, ello a su vez aumentará las expectativas de inflación ante lo cual los trabajadores tratarán de ajustar sus salarios al alza, lo que significa que si la autoridad monetaria intenta reducir el desempleo sólo logrará una mayor inflación (curva de Phillips vertical). De esa manera, los monetaristas aceptan que en el corto plazo el activismo económico del Estado puede reducir el desempleo al costo de una mayor inflación, pero no así en el largo plazo en el cual genera mayor inflación sin lograr disminuir el desempleo. En este contexto, se podría decir que en el largo plazo la moneda es “neutral” porque no tiene ninguna incidencia sobre el PIB a precios constantes, el empleo, los salarios reales y los precios relativos; en tanto que la política fiscal sólo desplazaría gasto privado por un monto similar al aumento del gasto público, dejando por tanto los niveles de producción y de empleo prácticamente inalterados.

Para Hugo Contreras, “la posición monetarista se distingue por aceptar que los agentes pueden cometer errores sistemáticos y que el equilibrio de los mercados se restaura con lentitud… Milton Friedman suscribe la dicotomía marshalliana entre el corto y largo plazos…” (Contreras 1995: 39), según la cual a largo plazo no se justifica la intervención del Estado en la economía.

2. Bajo el supuesto extremo de expectativas racionales, los nuevos macroeconomistas clásicos afirman que aun en el corto plazo la curva de Phillips es perfectamente vertical. “Suponen que los agentes económicos no sólo conocen perfectamente el efecto de cualquier política monetaria o fiscal en la demanda agregada, sino que además conocen sus relaciones económicas y toman en cuenta los cambios de política. Por ejemplo, ante un incremento dado del gasto agregado, los agentes saben que corresponderá un aumento determinado de la inflación después de cierto tiempo. De allí que, como todos los agentes económicos tienen las mismas expectativas, el proceso de ajuste es automático, aun en el corto plazo, tanto en el mercado de trabajo (salarios) como en el mercado de bienes y servicios y en el monetario “(Villarreal 1986: 92). Solo cuando las autoridades no dan a conocer la orientación de sus políticas fiscal y monetaria, pueden reducir temporalmente el desempleo por debajo de su tasa natural al costo de una mayor inflación; no obstante, una vez que los agentes económicos se dan cuenta de que han sido tomados por sorpresa, ajustan sus salarios a la nueva inflación dejando el salario real inalterado y, por tanto, al mercado de trabajo sin movimiento alguno.

Es decir que Lucas, a diferencia de Friedman, “se adscribe al método walrasiano de especificación plena de la optimización continua” (Contreras 1995: 39). Para Lucas, al igual que para Walras, en un contexto de competencia perfecta y de precios y salarios flexibles la economía tiende de manera instantánea, automática y continua al equilibrio general de pleno empleo; luego entonces, ¿qué caso tiene que el Estado intervenga en la economía? De intervenir, sólo lograría contrariar y entorpecer el funcionamiento eficiente del mercado.

3. Para los ofertistas la estanflación (estancamiento de la producción y del empleo en un contexto inflacionario) y la baja en la productividad que ha venido experimentando la economía norteamericana desde principios de la década de los ochenta, son resultado de un Estado benefactor que gasta demasiado en los pobres y en los desempleados y que lo obliga, en última instancia, a incrementar los impuestos (al trabajo y al capital) para financiar dicho gasto. No obstante, y en un contexto crítico de la curva de Laffer, los impuestos, cuando suben demasiado, desalientan el trabajo, la producción y el empleo. El resultado: Se contrae la oferta agregada de la economía, aumenta el desempleo y los precios se van hacia arriba.

De esa manera para Laffer, como para Wannisky y Gilder, el Estado benefactor keynesiano grava el trabajo, la producción y el empleo para subsidiar la flojera y la pereza de los pobres, así como a los desempleados a través del seguro de desempleo. Por otra parte, y en adición al incremento de los impuestos, el Estado interventor limita la oferta agregada de la economía mediante leyes antimonopolio y anticontaminantes. Luego entonces, ¿qué hacer para volver a sentar a la economía norteamericana sobre bases firmes y sanas? Fundamentalmente tres cosas: 1) Reducir los gastos sociales eliminando al Estado benefactor, 2) reducir las elevadas tasas impositivas, esto es, restringir al Estado recaudador, y 3) eliminar todos los controles y regulaciones del mercado, esto es, eliminar al Estado controlador y regulador.

Así, el grito de guerra del neoliberalismo es volver al mundo clásico de dejar hacer y dejar pasar: “que todo cambie de manera tal que todo permanezca igual que antes”.

Por último, hay que señalar que las políticas fondomonetaristas (ampliamente aplicadas en América Latina) consisten en restricciones salariales, monetarias y fiscales para garantizar el ajuste y la estabilización de cualquier economía con problemas inflacionarios y en balanza de pagos. En este contexto, cabe preguntarse lo siguiente: ¿Sobre quién o quiénes recae la mayor parte del peso del ajuste y la estabilización? ¿Quiénes resultan beneficiados, en última instancia, con las restricciones salariales? ¿A quiénes beneficia la restricción monetaria que encarece el precio del dinero? ¿En realidad la política monetaria es “neutral”? ¿Por qué en la década de los noventa se concedieron cinco Premios Nobel a economistas de la Universidad de Chicago? ¿Será que las teorías neoliberales favorecen a los dueños del capital financiero y de ahí el reconocimiento académico a las mismas?

 

BIBLIOGRAFÍA

·      Contreras Sosa, Hugo (1995). “Robert Lucas, Las Expectativas Racionales y la Macroeconomía”, Economía Informa No. 243, Facultad de Economía, UNAM, noviembre de 1995. pp. 38-40.

·      Friedman, Milton y Rose D. (1980). “Libertad de Elegir. Hacia un Nuevo Liberalismo Económico”, Editorial Grijalbo, Barcelona, 1980.

·      Galbraith, John K. (1987). “Historia de la Economía”, Editorial Planeta Mexicana, Primera Reimpresión, México, 1989.

·      Guillén Romo, Héctor (1984). “Orígenes de la Crisis en México. 1940-1982”, Ediciones Era, Tercera Reimpresión, México, 1988.

·      Keynes, J. M. (1936). “Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero”, Editorial Fondo de Cultura Económica, Decimotercera Reimpresión, México, 1995.

·      Lichtensztejn, Samuel (1984). “De las Políticas de Ajuste a las Políticas de Estabilización”, Economía de América Latina No. 11, CIDE, Primer Semestre de 1984.

·      Villarreal, René (1986). “La Contrarrevolución Monetarista. Teoría, Política Económica e Ideología del Neoliberalismo”, Océano-Fondo de Cultura Económica, México, 1986.