Por Ricardo García Jiménez/APIM.
Agustín Cueva Dávila (1937-1992), sociólogo ecuatoriano tal vez uno de los exponentes latinoamericanos del pensamiento rebelde y creativo que inspiro el ascenso de los movimientos de liberación nacional. El marxismo de Agustín Cueva, fue abrevado de las fuentes originales del pensamiento socialista europeo, su postura epistemológica no fue asumida como un cuerpo teórico-metodológico frío y dogmático que la coyuntura de los gobiernos militares latinoamericanos motivaron el asumir una lucha por la libertad de la opresión dictada por estos regímenes, no, sino más bien su bagaje teórico fue un instrumento flexible conforme lo demostró a lo largo de su vasta producción, siempre retroalimentada en el fluido de la humanidad misma.
La línea fundamental de reflexión y creación que se impuso fue la interpretación del proceso histórico continental y nacional, tarea siempre pensada como medio de identificar las causalidades del presente y los vectores del porvenir. Así pues, sus primeros análisis de la realidad social y política fueron su país, Ecuador, y posteriormente Latinoamérica, y con ello México.
Cueva fue testigo de los movimientos de liberación nacional (Indochina, Argelia, Congo), la revolución cubana, leyó a los existencialistas, marxistas y humanistas clásicos que surgieron en los 60’s dentro de los campos de la política, filosofía, ética, estética y sociología.
En esos tiempos observó cómo los vientos del cambio golpeaban incluso a instituciones conservadoras como la Iglesia Católica: Concilio Vaticano II, Conferencia de Medellín, Grupo Golconda. Que permitieron la salida de la Teología de la liberación.
Vivió con mucha imaginación y amor: el Mayo francés, la primavera de Praga, el arte pop, el fenómeno hippie.
En su natal Ecuador, analizó la resurrección de la un izquierda, especialmente proletaria y estudiantil, luego del repliegue de los militares reaccionarios. En este clima cultural, político y social se condensa el pensamiento de Agustín Cueva.
En su obra “Las democracias restringidas de América Latina” en su primera parte analiza las democracias forjadas en la América Latina desde los años sesentas a ochenta, explorando las crueles dictaduras de esos años, en especial las del Cono Sur. El autor trató de explicar que las democracias de estos países se encontraban restringidas, diseñadas, según el autor, no para promover la participación política de la sociedad, sino para mantener el control de la misma, algo necesario para enfrentar la agudización de la crisis provocada por la deuda externa y los programas de ajuste estructural que comenzaron aplicarse hacia la mitad de la década de los años ochenta.
Las democracias contienen una recopilación de estudios donde pasa revista a las nuevas realidades y las nuevas ilusiones en la región. Examina la agudización de los problemas económicos y sociales del continente expresivos de la crisis de nuestro capitalismo y de su administración bajo las fórmulas fundamentalistas dispuestas por la banca internacional y sus altos mandos -FMI, Banco Mundial o BID- a partir del shock de la deuda de 1982; y, en cuanto a las ilusiones, discierne el carácter formal, epidérmico y decorativo de la denominada democratización de América Latina, instrumentada después del repliegue del fascismo en el Cono Sur.
Las Democracias restringidas exponen las revidas fórmulas de control social que se instalan a lo largo del continente en los años 80. Su crítica se enfoca a las democracias «sin pan», a la democracia pura que se agotan en el ritual de la periódica «elección de los elegidos». El autor encuentra la oportunidad para denunciar otra de nuestras calamidades contemporáneas: la emergencia de la «industria agotadas» con su séquito de apologistas y cantores del orden y la democracia burguesas y sus agendas de investigación generosamente financiadas por gobiernos y fundaciones primermundistas.
Al desnudar y denunciar ese pensamiento mimético y funcional al discurso neoconservador de la metrópoli, dedica extensas reflexiones especialmente al surgimiento de los movimientos sociales que se conyugan para ir articulando movimientos de apariencia de demandas locales, a movimientos de alcance nacional.
Es conveniente señalar que Agustín Cueva se vincula y confronta con las corrientes del pensamiento sociológico y político denominadas «postmarxistas» y «postmodernistas» promovidas por Lechner, Flishfisch y otros, cuyo declarado objetivo no es otro que «superar» el economicismo y reduccionismo clasista, con los que pretenden identificar las posiciones teóricas y doctrinarias del marxismo, para, de contrabando, introducir posiciones ideológicas favorables para redefinir: el orden, la democracia pura, la gobernabilidad, la concertación, el mercado.
Con sustento en el enfoque crítico de Agustín Cueva podría decirse que los «postmarxistas» fraguan una suerte de posicionamientos sociológico-político, donde por una parte los «buenos» estarían representados por quienes actúan al margen del Estado y los «malos» -el aparato administrativo del Estado- comprenderían desde el presidente de la república hasta el más anónimo teniente político. Un diagrama social y político indigerible para nadie que ostente un mínimo de sentido común.
Detrás de esta propuesta en apariencia inocente de los «postmarxistas», Agustín Cueva detecta un frecuente objetivo: debilitar a los partidos que representan genuinamente a los obreros, campesinos y demás sectores populares mediante el divisionismo y la confusión ideológica.
Por cierto, Agustín Cueva no llega al extremo de desconocer en términos absolutos la pertinencia e importancia de los movimientos sociales en determinadas circunstancias de lucha por cambiar el orden vigente, posición que ilustra citando al MNR boliviano y al Movimiento 26 de Julio de los cubanos. No obstante que, si este sociólogo aún viviera, respaldaría al EZLN mexicano, «la guerrilla del siglo XXI», conforme la denominara Aubry.
Finalmente, en este repaso longitudinal de la obra de Agustín Cueva con reposicionamiento de los «post marxistas», vemos que la descalificación que el autor realiza de la propuesta democratizadora de los «sociólogos del orden», vería a estos como los neoconservadores de la sociología. ¿o no?